Lo primero que te atrapa es su apariencia. Es un lugar multiespacial, con dos plantas, con unas escaleras empinadas que te llevan a un diminuto oasis verde.
El ambiente no es que sea bohemio, ni tampoco artístico, es un lugar donde van las parejas y de vez en cuando, se reúnen grupos de amigos. He ido pocas veces, tal vez se cuentan con los dedos de una mano, pero nunca me ha decepcionado ni su buen gusto, ni su paciente servicio.
A veces uno se queda con los pequeños detalles, y en Zorba hay muchos, el estilo para presentar la mayoría de sus platos son adecuados, que mantienen un equilibrio entre espacio y cantidad. Sus pizzas son rústicas y equilibradas en ingredientes. hay la mala costumbre de identificar a las pizzas como un enorme conglomerado de productos de todo tipo bañados en excesos de queso, Zorba no, lo suyo es la serenidad en la cantidad y buen gusto en la combinación de colores, porque un buen plato es como un cuadro, que se pinta con cariño, y sazón.
Me quedo con sus aperitivos, que varían entre delicias sacadas de la tradicional Italia o del medio oriente. Hummus, antipastis melancólicos de sabores suaves que despiertan con el siempre eficaz aceite de oliva y la ya citada pizza a libre elección, son capaces de que el cliente repose durante largo rato en cualquiera de las mesas de este lugar. la música? de los pocos lugares donde uno puede estar pidiendo constantemente el track list de lo que se escucha.
Su iluminación, insinuante, precisa.
